viernes, 16 de abril de 2010

Sentencia de vida


Ayer nos comunicaron de la veterinaria donde habían hecho las pruebas de laboratorio que uno de nuestros perros había dado positivo en el test de Leishmaniosis. Llevaba tiempo cojeando de una de sus patas traseras y, aunque en un principio pensamos que podía ser un problema de reuma, con el tiempo, viendo que la cojera no remitía sino que iba a más, empezamos a pensar en otras hipótesis menos favorables.


Así que aquí está el diagnóstico. No es 100% seguro, pero sí noventa y pico por ciento (según el veterinario, claro).


Hay veterinarios que sacrifican directamente a los perros con Leishmaniosis, pensando que no se pueden curar o que no merece la pena intentarlo. Pero, si no tienen afectadas las vísceras, se puede tratar la enfermedad de manera que el animal tenga una vida normal y plena.


En estas circunstancias, cuando un animal querido cae enfermo, es fácil olvidar que el mosquito flebotomo que transmite la Leishmaniosis es tan parte de la naturaleza como el perro al que ha infectado. También la leishmania, el parásito de la enfermedad, es parte de la naturaleza. Incluso la muerte que acabe provocando ese parásito o cualquier otro agente es parte de la naturaleza.


En la naturaleza hay un constante proceso de nacimiento, crecimiento, madurez, reproducción, declive y muerte... que a su vez es el lecho fértil que alimenta el nacimiento de nuevas vidas. Si no vemos y entendemos este ciclo impersonal de la vida y la muerte nos metemos de cabeza en otro círculo... el del sufrimiento: “Ay, pobrecito, qué pena me da, ya nunca será igual, etc., etc.”. Así es fácil acabar como la anciana de noventa y tantos años que, al recibir de su médico un diagnóstico terminal, le preguntó perpleja, “Pero, doctor... ¡¿por qué yo?!”


Apolo es el mismo hoy que ayer y que hace un mes, cuando ni siquiera sospechábamos que pudiera tener el parásito. Sigue manteniendo con elegancia principesca la misma distancia respecto de los rudos Sharpeis, tomando para sí la mejor cama y gruñendo a todo perro que se le acerque demasiado (según su criterio soberano e innegociable), atento a cualquier descuido para abalanzarse sobre cualquier cosa comestible que haya a mano, mirándonos con ojos melosos en busca de caricias... Además, empieza a correr y jugar como no hacía desde hace semanas, ahora que el antiinflamatorio le alivia el dolor de la articulación.


Está claro que, en su mundo, Apolo no tiene Leishmaniosis. En su mundo, Apolo se va a dormir cada noche con ecuanimidad absoluta y se despierta cada día para vivirlo como si fuera el único de su vida. No hay lamentos ni auto-conmiseración. Sólo nuestra mente humana irrumpe en la situación con sus etiquetas, apegos y miedos. En la naturaleza todo es mucho más simple. Una poetisa moderna lo celebró así:


El águila ratonera no tiene nada que reprocharse.

Los escrúpulos son ajenos a la pantera negra.

Las pirañas no dudan de la corrección de sus actos.

La serpiente de cascabel se acepta a sí misma sin reservas.


El chacal auto-crítico no existe.

La langosta, el cocodrilo, la triquina, el tábano

viven como viven y están contentos de ello.


El corazón de la ballena asesina pesa cien kilos

pero por lo demás es ligero.


No hay nada más propio de los animales

que una conciencia limpia

sobre el tercer planeta del Sol.


¿Qué ha cambiado tras el diagnóstico? En realidad, muy poco. Sabemos que Apolo nos dejará un día... o no, porque igual nos vamos nosotros antes que él. Quién sabe. Lo importante es que ahora estamos vivos, compartiendo esta vida frágil y maravillosa, y que a través de su mirada limpia y su vida sin preocupaciones podemos entrever un poco de esa herencia que es natural también para los humanos –experimentar la unidad de toda la vida, que incluye todas las muertes y aun así se perpetúa más allá de los organismos aparentemente individuales que la encarnan, siempre adelante, sin cesar renovada, siempre viva.



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