sábado, 24 de abril de 2010

Peces de colores


Recuerdo que, de pequeños, una amiga de mis padres nos regaló un acuario a mi hermano y a mí. Era un tanque de considerables proporciones, completo con sus rocas y arena de fondo, sus algas de imitación, un galeón hundido con cofres del tesoro de plástico, un tubo que disparaba burbujas, luces de noche y alguna parida más para darle ambiente al escenario.

Recuerdo la excitación con la que fuimos a la tienda a comprar los peces de colores, cómo arreglamos el acuario, lo llenamos de agua y esperamos un tiempo para depurarla y acondicionarla para sus nuevos huéspedes, que pronto se zambulleron en su hábitat adoptivo.

Una vez estuvo en marcha se convirtió en una visión magnífica, sobre todo de noche, con luz de fondo y encajado en un nicho de la pared que separaba el cuarto de estar del comedor. Tenía algo de hipnótico y relajante sentarse a contemplar el ballet de estos seres de colores, sus movimientos serenos y fluidos en el agua, en completo silencio salvo el burbujeo del oxígeno… Era mejor que ver la tele, aunque en realidad no pasaba nada. Y también alimentarlos era un momento especial, con las primeras sensaciones de hacerse responsable de un ser vivo.

Pero de repente las cosas cambiaron. Sin saber por qué, algunos peces empezaron saltar fuera de la pecera. Nos levantábamos por la mañana y nos los encontrábamos muertos sobre la alfombra… y yo me imaginaba su agonía, boqueando desesperadamente para respirar mientras los humanos dormíamos, y me sentía mal por no haber podido impedirlo.

Esos incidentes se solucionaron cubriendo la pecera con una red de mosquitos… Pero entonces los peces empezaron a atacarse y comerse unos a otros. Recuerdo la impresión de haber visto peces muertos flotando en el acuario, destripados, decapitados, sin una aleta… Había un desajuste total entre mis buenas intenciones y los resultados que estaba teniendo y, la verdad, yo no entendía por qué los peces rechazaban así nuestra hospitalidad.

Total, que llegado ese momento mis padres debieron decidir que ya era demasiado para unos niños tan pequeños y se acabó el acuario.

¿Qué lecciones saco de todo ello? Podría parecer que simplemente se trataba de elegir mejor los peces y no meter en el mismo acuario a depredadores y presas sin posibilidad de escape o escondite. Pero, en realidad, ¿no era el principal problema el confinamiento al que los teníamos sometidos? ¿Y no era la lucha por sobrevivir, la alternancia de vida y muerte que es la esencia de toda existencia en este planeta, algo que también estaba ocurriendo a pequeña escala en ese acuario?

Mirando hacia atrás sin ira, me parece que perdimos una buena ocasión de entender con mayor realismo cómo funciona la naturaleza, que tiene sus propias reglas y las mantiene a despecho de las condiciones que los seres humanos le impongan. Es cierto que en casos individuales como éste, la vida natural parece salir perdiendo cuando los humanos la sacan de su entorno propio y la “trasplantan” al suyo para que les haga compañía; pero si miramos un poco más allá, podemos ver que la naturaleza es más fuerte, porque aunque pierda ejemplares individuales sacrificados por la miopía o la insensatez humana, sigue asentada en la unidad de toda la vida, que incluye la muerte y aun así (o precisamente por eso) se mantiene viva.

viernes, 16 de abril de 2010

Sentencia de vida


Ayer nos comunicaron de la veterinaria donde habían hecho las pruebas de laboratorio que uno de nuestros perros había dado positivo en el test de Leishmaniosis. Llevaba tiempo cojeando de una de sus patas traseras y, aunque en un principio pensamos que podía ser un problema de reuma, con el tiempo, viendo que la cojera no remitía sino que iba a más, empezamos a pensar en otras hipótesis menos favorables.


Así que aquí está el diagnóstico. No es 100% seguro, pero sí noventa y pico por ciento (según el veterinario, claro).


Hay veterinarios que sacrifican directamente a los perros con Leishmaniosis, pensando que no se pueden curar o que no merece la pena intentarlo. Pero, si no tienen afectadas las vísceras, se puede tratar la enfermedad de manera que el animal tenga una vida normal y plena.


En estas circunstancias, cuando un animal querido cae enfermo, es fácil olvidar que el mosquito flebotomo que transmite la Leishmaniosis es tan parte de la naturaleza como el perro al que ha infectado. También la leishmania, el parásito de la enfermedad, es parte de la naturaleza. Incluso la muerte que acabe provocando ese parásito o cualquier otro agente es parte de la naturaleza.


En la naturaleza hay un constante proceso de nacimiento, crecimiento, madurez, reproducción, declive y muerte... que a su vez es el lecho fértil que alimenta el nacimiento de nuevas vidas. Si no vemos y entendemos este ciclo impersonal de la vida y la muerte nos metemos de cabeza en otro círculo... el del sufrimiento: “Ay, pobrecito, qué pena me da, ya nunca será igual, etc., etc.”. Así es fácil acabar como la anciana de noventa y tantos años que, al recibir de su médico un diagnóstico terminal, le preguntó perpleja, “Pero, doctor... ¡¿por qué yo?!”


Apolo es el mismo hoy que ayer y que hace un mes, cuando ni siquiera sospechábamos que pudiera tener el parásito. Sigue manteniendo con elegancia principesca la misma distancia respecto de los rudos Sharpeis, tomando para sí la mejor cama y gruñendo a todo perro que se le acerque demasiado (según su criterio soberano e innegociable), atento a cualquier descuido para abalanzarse sobre cualquier cosa comestible que haya a mano, mirándonos con ojos melosos en busca de caricias... Además, empieza a correr y jugar como no hacía desde hace semanas, ahora que el antiinflamatorio le alivia el dolor de la articulación.


Está claro que, en su mundo, Apolo no tiene Leishmaniosis. En su mundo, Apolo se va a dormir cada noche con ecuanimidad absoluta y se despierta cada día para vivirlo como si fuera el único de su vida. No hay lamentos ni auto-conmiseración. Sólo nuestra mente humana irrumpe en la situación con sus etiquetas, apegos y miedos. En la naturaleza todo es mucho más simple. Una poetisa moderna lo celebró así:


El águila ratonera no tiene nada que reprocharse.

Los escrúpulos son ajenos a la pantera negra.

Las pirañas no dudan de la corrección de sus actos.

La serpiente de cascabel se acepta a sí misma sin reservas.


El chacal auto-crítico no existe.

La langosta, el cocodrilo, la triquina, el tábano

viven como viven y están contentos de ello.


El corazón de la ballena asesina pesa cien kilos

pero por lo demás es ligero.


No hay nada más propio de los animales

que una conciencia limpia

sobre el tercer planeta del Sol.


¿Qué ha cambiado tras el diagnóstico? En realidad, muy poco. Sabemos que Apolo nos dejará un día... o no, porque igual nos vamos nosotros antes que él. Quién sabe. Lo importante es que ahora estamos vivos, compartiendo esta vida frágil y maravillosa, y que a través de su mirada limpia y su vida sin preocupaciones podemos entrever un poco de esa herencia que es natural también para los humanos –experimentar la unidad de toda la vida, que incluye todas las muertes y aun así se perpetúa más allá de los organismos aparentemente individuales que la encarnan, siempre adelante, sin cesar renovada, siempre viva.



miércoles, 14 de abril de 2010

lunes, 12 de abril de 2010

Captar la vida al vuelo


Al hilo de la entrada anterior sobre la costumbre de disecar animales como trofeos, recuerdo que el Huahujing dice:


El Dao hace surgir todas las formas, pero él mismo no tiene forma.
Si intentas representar su imagen en tu mente, lo perderás.
Es como clavar una mariposa con un alfiler: se capta la cáscara, pero se pierde el vuelo.
¿Por qué no contentarse simplemente con vivirlo?


Podemos probar a contestar esa pregunta: ¿por qué no nos contentamos los humanos con simplemente vivir la unidad de toda la vida en vez de coleccionar cadáveres como tristes testimonios de nuestra incapacidad de conectar ella?


El caso de los animales disecados es un ejemplo extremo, pero la misma “desconexión” puede explicar por qué maltratamos a mascotas o hacemos bonsais –dos ejemplos de violencia humana más o menos sutil contra las condiciones naturales que sustentan a algunos organismos vivos de este planeta.


Desde la perspectiva del Dharma, la respuesta es clara: porque nos hemos acostumbrado a acumular cosas para mitigar nuestra sensación de inseguridad y sinsentido vital, estamos poseídos por la inercia del menor esfuerzo, y además nos sentimos con derecho a despreciar y violar la naturaleza y desarrollo natural de todo lo que no encaje con nuestras estrechas miras y proyectos. ¿O es que no somos los amos y señores de la creación?


El resultado es que, estando como estamos, “simplemente” vivir esa experiencia de unidad no parece nada simple... pero nada en absoluto. Así que nos echamos otra vez en brazos de nuestros hábitos malsanos, con mala conciencia quizá, pero sin una idea clara de cuáles pueden ser las alternativas.


En el fondo, ¿no es esa añorada cercanía a la vida natural lo que explica la costumbre humana de domesticar a ciertos seres vivos para que nos hagan compañía? ¿Estamos seguros de que, al hacerlo, estamos respetando de verdad la naturaleza del animal o de la planta en cuestión? Lo contrario equivaldría a tomar rehenes de la naturaleza para satisfacer carencias propias, cuando mejor podríamos resolver esa carencia yendo a sus causas, en vez de coleccionando sucedáneos paliativos.


Lo asombroso de verdad es que, a pesar de todas las tropelías que hemos cometido y seguimos cometiendo contra ella, la naturaleza sigue ofreciéndonos sus puertas abiertas. Sólo hace falta tener la suficiente humildad para reconocer las raíces comunes que nos unen con toda la vida del planeta. Nuestro potencial es entrar en comunión con ella, atravesando su desconcertante revoltijo de supervivencia y muerte, creación y destrucción, aparente crueldad, indiferencia y falta de sentido, para sentir su fuerza pura de modo que nos transforme en custodios y guardianes de toda la vida, sean cuales sean sus formas.


PD: Sé que esta entrada me ha salido muy cognitiva, pero la envío de todas formas como muestra de las dificultades que estoy teniendo para encontrarle el punto a las prácticas de Shén.


A veces tengo la impresión de que este blog es como una herida purulenta: al abrirla, primero sale el pus cognitivo, pero mi esperanza es que la sangre de las experiencias no cognitivas que vaya saliendo luego lave la herida y favorezca la curación correcta.

viernes, 9 de abril de 2010

Otro tipo de compañía animal


Algunas personas no quieren cargar con el engorro que supone tener un ser vivo en casa, pero tampoco están dispuestas a privarse de la excitación de estar "en contacto con la naturaleza", sobre todo si se trata de ejemplares peligrosos, exóticos o valiosos por estar al borde de la extinción:

http://www.elpais.com/articulo/espana/Guardia/Civil/encuentra/2700/animales/protegidos/disecados/congeladores/elpepuesp/20100409elpepunac_31/Tes

Es sorprendente la variedad de formas que puede tomar la vanidad humana. Y cuando esa enfermedad va de la mano con un egoísmo miope, su potencial destructivo es pavoroso.

Creo que esta colección es un comentario elocuente sobre cómo ven algunos la naturaleza: como una despensa de trofeos que se pueden cazar y exhibir a la mayor gloria de su propio ego... sólo que muertos, resecos y tiesos como estatuas.

¿Es con eso con lo que queremos compartir el planeta? ¿Con una colección de fetiches inertes sacrificados sin otro motivo que darnos gusto y aumentar nuestro status?

Hay algo en las mentes de esas personas que está igual de tieso y sin vida que esos despojos macerados en formol. Lo de fuera es un reflejo de lo de dentro. Uno no quita la vida a otros seres tan gratuitamente si antes no la hubiera matado un poco dentro de sí mismo.

Si llega el momento -y puede que ya esté aquí- en que tengamos que elegir colectivamente entre mantener la diversidad de formas de vida o mantener el abanico (casi igualmente diverso) de maneras antinaturales de satisfacer nuestras falsas necesidades y caprichos... ¿seremos capaces de elegir sabiamente?

miércoles, 7 de abril de 2010

Derechos animales... ¿deberes animales?

En nuestro trato con los animales de compañía y las plantas está la primera línea del frente en el conflicto entre la naturaleza y la mente desnaturalizada del ser humano.

¿En qué nos diferenciamos los homínidos autoproclamados “civilizados” de otros animales? En teoría, en que nos hemos elevado por encima de la despiadada lucha que establece la pura supervivencia del más fuerte. Nos hemos dado leyes y normas, un contrato social que regula los conflictos entre unos y otros sin recurrir a la violencia abierta (hay otras formas de violencia que nos resultan más aceptables).


[Esto, por cierto, me recuerda al chiste de los dos vascos que discuten acaloradamente hasta que uno de ellos, en un acceso de lucidez, se para y le dice al otro: “Pero, ¿para qué vamos a discutir, si podemos arreglarlo a hostias?”].


Volviendo al asunto, algunas personas biempensantes han extendido esa iniciativa legisladora al reino animal y han elaborado un catálogo de “derechos de los animales”. Al leerlos, me parece que se trata más bien de derechos animales en su relación con los humanos, porque entre animales muchos de ellos no se aplican; es decir, más que derechos de los animales propiamente dichos, estamos ante una presentación indirecta de deberes ideales que ojalá los humanos aceptaran en su relación con los animales.


Todo eso tiene buenas intenciones, sin duda, y quizá hasta haya mejorado las condiciones de vida de algunos animales. El problema es que cuando metemos la mente de por medio, sin tocar la esencia de las cosas, tienden a producirse situaciones mostrencas. Nos conformamos con medias verdades y anteponemos nuestra comodidad a llegar al fondo de las cosas, cosa que podría acarrear grandes cambios en nuestra vida individual y colectiva.


Recuerdo un documental que vi recientemente en el que una manada de hienas daba caza a un ñú. Se había rodado en una región de África donde las hienas compiten con los leones por sus presas y muchas veces tienen que retirarse después de haberlas abatido si ven que esos grandes felinos aparecen para disputársela. En ese juego, pues, no hay tiempo que perder: una vez se caza, hay que devorar a toda prisa. Desgraciadamente para el ñu, las hienas no tienen unas mandíbulas suficientemente grandes ni poderosas para matarlo al instante, como hacen los leones. En este caso, el resultado fue que las hienas empezaron a devorar a su presa cuando aún estaba viva.


¿Qué hizo el ñu? ¿Levantar la voz y protestar “¡Eh, que estáis violando mis derechos!”...?


No. Simplemente luchó lo que pudo para sobrevivir, con toda la dignidad de los animales ante la muerte, y sin rastro de pánico, miedo u odio en su mirada. Sucumbió con ecuanimidad total.


Este ñu reivindicativo es una caricatura, por supuesto, pero sirve para sacar a la luz algunos absurdos del afán legislador.


Convencionalmente, los humanos atribuimos y concedemos derechos sólo en la medida en que van unidos a deberes: son las dos caras de una misma moneda.


Si alguien ha sentido la necesidad de formular derechos para los animales... ¿cuáles son los deberes tácitos que atribuimos a los que hemos tomado bajo nuestro cuidado? Vamos a ver si este ejercicio teórico arroja alguna luz sobre el precio que les imponemos por convivir con nosotros.


Si un alienígena observara cómo son nuestras relaciones habituales con nuestros animales de compañía, podría deducir que se rigen según los siguientes “deberes de los animales”:


1) El animal de compañía tiene el deber de renunciar a su hábitat natural y amoldarse al espacio vital de su dueño.


2) El animal de compañía tiene el deber de renunciar a su instinto natural de buscar y conseguir su propia comida en el entorno que le corresponde. Al contrario, debe confiar únicamente en la buena memoria y el buen criterio de su dueño, que le ofrecerá los alimentos que juzgue más adecuados en cada circunstancia (¡si se acuerda!).


3) El animal de compañía tiene el deber de subordinar sus impulsos reproductivos a los intereses de su dueño, y aceptar la castración o vaciado cuando éstos así lo determinen.


4) El animal de compañía tiene el deber de renunciar a la manada natural con otros de su especie a cambio de integrarse como miembro subordinado en una familia humana (que puede ser “monoparental”).


5) El animal de compañía (entiéndase “perro”, pero no limitado a él) tiene el deber de supeditar sus necesidades de defecación al horario que más le convenga al dueño, sin posibilidad de saber por adelantado cuál será ni derecho a salidas regulares al efecto.


6) El animal de compañía tiene el deber de renunciar a su instinto natural de curiosidad y exploración, evitando escaparse o entregarse a conductas que profanen de cualquier modo la santidad de las posesiones, el hogar o el jardín de su dueño.


7) El animal de compañía tiene el deber de limitar su instinto natural de juego a aquellos momentos y condiciones que sean del agrado de su dueño, siempre sin menoscabo de sus bienes materiales o intereses.


8) El animal de compañía tiene el deber de aceptar sin protestar ni defenderse cualquier comportamiento imprevisible o desconsiderado por parte de cualquier miembro de la familia, en especial los niños, incluidos juegos, bromas o trato cruel.


9) El animal de compañía tiene el deber de conocer el lenguaje y las convenciones sociales del ser humano a fin de no causarle molestias ni disgustos a su dueño. Debe entender y obedecer al punto, sin cuestionarlas, las órdenes que se le den y debe respetar la propiedad privada de su dueño, ajustando su conducta lo más posible a la del humano que le da sustento y cobijo.


10) El animal de compañía tiene el deber de entender las necesidades y/o carencias emocionales y afectivas de su dueño, aceptar cualquier capricho que éste le imponga por contrario que sea a su naturaleza, y modular su comportamiento de modo que cumpla a la perfección la misión de compañía/consuelo para la que se le ha adquirido.


11) El incumplimiento de cualquiera de estos deberes puede ser castigado con el abandono o el sacrificio.


Probablemente la mayoría de nosotros no creamos en los alienígenas. Sin embargo, ¿cuántos estaríamos dispuestos a jurar que las observaciones de nuestro hipotético hombrecillo verde son igualmente ficticias?

martes, 6 de abril de 2010

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

¿Por qué escribo sobre los animales de compañía? Porque desde pequeño he vivido con ellos y me inspiran cercanía y familiaridad. Y también porque me doy cuenta de algunos errores que he cometido en el pasado al tratarlos de manera poco adecuada para sus intereses naturales.


¿Qué es en realidad un animal de compañía? Es, ante todo, un ser vivo, con todo lo que eso significa; que lo tengamos para hacernos compañía o por otro motivo práctico debería ser secundario. No importa cuál sea su utilidad para nosotros, todo animal tiene una naturaleza que hay que respetar; no es un peluche ni un simple instrumento de nuestro capricho.


Hay algunas normas básicas que procuro mantener respecto de los animales de compañía:


1) No abandonar nunca a un animal que esté a nuestro cuidado


Este mundo que hemos creado entre todos es una trampa para los animales. Es como si nosotros, que en la alegoría bíblica fuimos expulsados del paraíso, hubiéramos vuelto a él como extraños para colonizarlo y urbanizarlo con monstruosos bloques de apartamentos, autopistas, tráfico alocado, ruido, contaminación y peligros por todas partes: un desierto electrificado de ladrillos y asfalto sin vida.


Por otra parte, el trato que solemos dispensar a nuestras mascotas, al menos en las grandes ciudades, las aleja de su propia naturaleza incluso si es bienintencionado, ya que debilita sus recursos propios y las hace dependientes. Si, después de eso, las abandonamos y las echamos al infierno “civilizado” en que hemos convertido nuestro antiguo hábitat común, las estamos dejando doblemente desamparadas.


2) Intentar rescatar a los animales perdidos o abandonados


Si se encuentra un animal perdido o abandonado (lo más frecuente es que sea un perro), ver si podemos ganarnos su confianza para llevarlo al veterinario más cercano. Hay que tener cuidado, porque no todos los perros responden por igual y si se trata de un ejemplar asustado es posible que reaccione de forma agresiva. En España, todos los perros deben llevar por ley un “chip” bajo la piel, cerca de la nuca, con los datos de contacto de su dueño; los veterinarios disponen de aparatos que pueden leer esos chips para avisar que vengan a recogerlo.


3) Mejor adoptar que comprar


Personalmente, yo no compraría nunca un animal. Lo hice una vez en el pasado y creo que fue un error. Hay miles disponibles para adopción en las sociedades protectoras de animales y en las perreras municipales, muchos de ellos camino de la muerte si no aparece alguien que los adopte pronto. En la barra lateral del blog podéis encontrar las direcciones de algunas de estas sociedades; si sabéis de alguna que no figure en la lista y realice una buena labor, que me avise y la incluiré.


En mi experiencia, los perros que no son de raza pura sino mestizos suelen resultar más saludables que los que se han criado intensivamente y de forma endogámica para destacar algunas características apreciadas en el mercado. Además, los perros adoptados a menudo son extraordinariamente fieles a sus dueños adoptivos, como si supieran intuitivamente que los han indultado de una muerte segura.


Tratar bien a los animales no es cuestión de sentir que somos buenas personas. Es algo que debería ser natural para nosotros, porque es parte de nuestro privilegio como seres humanos: cuidar y custodiar la magnífica panoplia de formas de vida que alberga la tierra, procurando su supervivencia siempre que no esté en conflicto con la nuestra. Que no estemos haciendo un gran papel colectivamente no quiere decir que no debamos intentarlo cada uno con todas nuestras fuerzas. En este camino de ayudar a otros seres vivientes, estamos ayudando a nuestra propia humanidad a recobrar su dignidad olvidada.


lunes, 5 de abril de 2010

Volver a tocar a la raíz

De lobos semejantes a los de la foto descienden nuestros perros, desde el San Bernardo hasta el Lhasa Apso: los llamados “mejores amigos del hombre”, con los que llevamos conviviendo unos catorce mil años.


Se podría decir que los perros, igual que otros animales que aceptaron la simbiosis con nosotros, tuvieron relativa buena suerte. En cambio, sus primos, que permanecieron sin domesticar en su ambiente natural, ajenos y a menudo en conflicto con un hombre cada vez más alienado de la naturaleza, han pagado un precio desorbitado por ello: su exterminio casi total.


Con el ser humano y los animales, a veces parece cierta la frase de que “quien no está conmigo está contra mí”. Por mucho que a unos los llamemos civilizados y a otros salvajes, ¿cuál de los dos es en realidad el más feroz y destructivo?


Sin embargo, todos –lobos, humanos y perros, gatos, canarios y peces de colores– vibramos con la misma fuerza de vida mientras compartimos nuestro breve paso por en este planeta. En esa fuente, que es común a nuestras diversas naturalezas, podemos encontrar la clave que nos permita una relación más armoniosa y equilibrada con los animales que hemos puesto bajo nuestro cuidado y con todos los seres vivos de este mundo precioso, amenazado por la insensatez de su mayor depredador.


Es algo que conviene tener presente en nuestro trato con todos los animales, sobre todo los de compañía: ¿hasta qué punto hacemos violencia a su propia naturaleza cuando nos esforzamos por encajarlos en nuestros esquemas de vida moderna?



viernes, 2 de abril de 2010

Dedicatoria

Somos humanos. Tú y yo y quienquiera que lea esto. Humanos, de la especie homo sapiens sapiens, la gran triunfadora aparente de la lucha por la supervivencia en el planeta Tierra.

Hemos viajado un largo trecho desde las cuevas y cavernas donde vivieron nuestros antecesores, y un recorrido aún más largo desde los bosques y sabanas africanas que habitaron sus antepasados homínidos.

Por el camino, hemos aprendido a sobreponernos a todo tipo de dificultades: climas hostiles, sequías e inundaciones, terremotos y otros cataclismos naturales, así como la competencia constante durante milenios de otras especies –desde el mamut a los microbios– que amenazaban nuestra supervivencia, no por maldad, sino porque la evolución había puesto sus intereses en conflicto con los nuestros.

Ahora hemos vencido. We are the Champions. Los mamuts se extinguieron hace muchísimo tiempo, los lobos casi han desaparecido por completo y hemos desarrollado remedios eficaces para un gran número de microbios, bacterias y virus.

Desde nuestra posición heredada en la cima de la pirámide de depredadores, paseamos complacidos la mirada sobre el panorama después de la batalla y disfrutamos de nuestro dominio sobre todos los demás seres vivos de este planeta.

Y, sin embargo, ahora que el sol se encamina al ocaso sobre las masas de seres destruidos y sojuzgados por nuestro poder, no podemos evitar una leve zozobra ante las sombras que se ciernen sobre nosotros...

¿Para esto hemos llegado hasta aquí?

Vencimos, pero nos dejamos la unidad con toda la vida en el empeño. ¿Puede haber pérdida mayor?

Somos como un rey déspota y malgastador que se está quedando sin súbditos, al tiempo que lleva su reino con mano firme al agotamiento y la ruina.

Por suerte, algunos de esos “súbditos” no han perdido la disposición a comunicarse con nosotros; son los pocos animales que han aprendido a convivir con el descendiente de los Cromañones.

A través de sus miradas, sus silencios, la dignidad de sus acciones y la perplejidad sin reproches que muestran ante nuestras locuras, nos recuerdan el reino común que una vez compartimos en unidad, el Edén del que ellos nunca salieron.

Son, para muchos, la mejor conexión con la fuerza de la vida que nos mantiene aquí, quintacolumnistas de la esperanza de que algún día volveremos a casa con ellos y con todos nuestros demás compañeros de viaje.

A ellos está dedicado este blog.