lunes, 23 de enero de 2012

Un cedro reincidente

“Ya solo mide cuatro pisos, pero con su frondosa copa superaba los seis. El cedro del número 66 del Paseo de la Castellana, casi centenario, fue ayer mutilado para, próximamente, ser talado. La Castellana pierde a su abuelo porque “incidía” en la fachada de un edificio”.

Así narraba hoy un diario nacional la destrucción de un árbol venerable en Madrid.

Claro, que no ha sido una decisión gratuita. El cedro “incidía” en un edificio contiguo.

Un incidente así no puede quedar sin castigo.

Por la foto que acompaña a la noticia, parece que sí que era un cedro antiguo, no sé si centenario, pero muy probablemente bastante más antiguo que el edificio que se ha decidido proteger. Pero, curiosamente, era el cedro el que “incidía” en el edificio y no el edificio en el cedro, que ya estaba ahí cuando lo construyeron.

Siempre me parecieron majestuosos los cedros, con esas amplias ramas colgantes que se inclinan hacia el suelo como en gesto de paz y bendición. Y me sorprendía y alegraba que hubiera tantos y tan sanos en una ciudad como Madrid, áspera y agresiva. Pero claro, eso son rarezas mías, propias de alguien que no entiende las “incidencias” de la vida municipal.

Buda decía que todo lo que les hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos. A mí en este caso me parece que se aplica también lo inverso, es decir, que todo lo que les hacemos a los demás nos lo hemos hecho antes a nosotros mismos. ¿Cómo mutilar si no este cedro soberbio por el simple hecho de estar rebosante de salud si uno no ha cercenado antes la raíz de su propia conexión con toda la vida? ¿Quién se podría sentir amenazado por su noble presencia sino alguien secretamente acomplejado por su insultante lozanía? Es como si no nos bastara haber salido del Jardín del Edén; ahora volvemos nuestra destrucción contra todos los seres que se quedaron ahí, como en venganza por no acompañarnos en nuestro extravío.

Creemos que vemos en esta foto la derrota de un árbol pero lo que vemos es la mente humana manchada que no duda en sacrificar la vida natural en aras de su falso bienestar, sin darse cuenta de que al hacerlo estrecha más y más el nudo de la soga que ella misma se ha colocado al cuello.