sábado, 22 de enero de 2011

Invierno con esperanza

Esta época de invierno se está desenvolviendo entre noticias poco alentadoras para mi madre: uno de sus amigos que agoniza en el hospital con fallo multiorgánico, otro que se va apagando lentamente mientras va perdiendo facultades mentales por un tumor cerebral, los demás aguantando como pueden entre diversos achaques. Parece un proceso largo, lento y difícil el ir diciendo adiós a la vida, primero en los que te han acompañado en tu camino, luego en ti mismo…

Por otra parte, ayer recibimos la noticia de que el jardinero de mi madre había perdido a su nieto por lo que parece ser una muerte súbita del lactante (crib death), a pesar de que tenía casi tres años. Al día siguiente, el otro abuelo, que ya estaba delicado de salud, también murió. Al bueno de Macario, que es hombre de pocas palabras, se le llenaban los ojos de lágrimas cuando nos contaba lo que le había pasado a su familia en dos días.

No hay como notar la cercanía de la muerte para apreciar la vida, aunque a menudo eso no es más que un acto reflejo lleno de miedo a lo desconocido y apego a lo conocido (por malo que parezca) y tiende a olvidarse rápidamente, en cuanto la identidad ve posibilidades de ganar algo en algún otro frente.

Lo que me llama la atención aquí es lo difícil que parece morir en muchos casos o, lo que es lo mismo, la tenacidad de la vida: cómo se agarra a cualquier “plataforma” que tenga a mano para mantenerse, cómo renuncia a tirar la toalla mientras tenga dónde apoyarse, cómo sigue adelante, sin cálculo ni desaliento, incluso en cuerpos/mentes castigados por décadas de excesos y descuido. No parece tener en cuenta ninguna de esas consideraciones tan socorridas que nos solemos ofrecer unos a otros ante la muerte de un ser querido: “Bueno, por fin ha dejado de sufrir”… “Mira, al menos en sus hijos/nietos la vida sigue adelante”… La fuerza de la vida no especula con las circunstancias del entorno; simplemente sigue adelante, con la misma “lógica” que le lleva a mantenerse en un cuerpo de más de ochenta años, deteriorado por la edad, el tabaco, el alcohol, la obesidad… o a abandonar el cuerpo aparentemente sano y lleno de potencial de un niño de tres años.

Probablemente hay cosas que nunca se pueden entender del todo. Pero estas vidas humanas que se están apagando alrededor de mí como hojas secas que el viento arranca de los árboles me hacen preguntarme si estoy haciendo todo lo posible por acercarme a la fuerza de la vida, integrarme en su pulso y dejar que esa palpitación conteste todas las dudas sobre la vida y la muerte, en beneficio de todos los seres.