lunes, 6 de junio de 2011

Nada mejor que hacer

La mata de salvia lleva unas semanas en flor delante de la masía. Cada tallo alza unas flores moradas hacia el cielo, como si esperara visita.

Y la visita no tarda en llegar, y vuelve una y otra vez, como si se sintiera naturalmente bienvenida: docenas de abejas revolotean sobre la mata y pululan de flor en flor día tras día.

Una vez ahí, se toman todo el tiempo del mundo para realizar su tarea. Literalmente, no tienen nada mejor que hacer, y eso se nota.

Viendo el ballet aéreo de estas abejas, me doy cuenta de que no hay colisiones ni conflictos entre ellas... igualito que nuestro tráfico rodado y su esquivo arte del aparcamiento urbano.

Al mirarlas con un poco más de atención, me doy cuenta de que ninguna sigue un orden regular o sistemático: aterrizan en una flor, entran en ella y recolectan el polen o vuelven a ponerse en marcha, pero muy a menudo saltándose las flores más cercanas. ¿Será que son capaces de detectar sin posarse en ellas cuáles están vacías y cuáles no? Yo desde luego no puedo. Sin embargo, también veo que ni una flor se queda sin visitar y cosechar. 

Vistas una a una, las abejas parecen algo caóticas, pero en conjunto juraría que hacen un trabajo impecable... tan impecable como la salvia y todas las demás plantas y animales que viven libres en la naturaleza.

¿Por qué somos nosotros los únicos “pecables”?