miércoles, 23 de junio de 2010

Agarrarse a la vida


Salgo al jardín y miro la hiedra, que se abraza al muro hasta formar una tupida alfombra verde y vertical entre cuyas hojas asoman aquí y allá unos troncos nudosos. Es la tenacidad de la vida.

Recuerdo cuando plantamos los primeros esquejes en la tierra, hace años ya… ¿Cómo sabe la hiedra que tiene que crecer hacia arriba? ¿Cómo son capaces estas trepadoras de detectar a ciegas que hay algo que les puede servir de apoyo para estirarse hacia lo alto?

Miro las hojas de la hiedra, las del magnolio, las del arce sicomoro al trasluz y siento cómo los rayos del sol atraviesan sus membranas y activan el metabolismo de cada planta. Hay una asombrosa sofisticación en la frugalidad que emplean para seguir vivas.

¿Cómo es posible que exista algo tan maravilloso?

¿Cómo es posible que esté delante de nuestros ojos y narices, rodeándonos por todas partes (si tenemos la suerte de no vivir en medio de la jungla de asfalto), y no nos demos cuenta?

Más aún, ¿cómo es posible que nosotros mismos seamos eso y sin embargo vivamos de espaldas a ello, embebidos en el páramo de nuestras mentes robotizadas, como si no existiera este prodigio continuo?

Es un gran misterio…

domingo, 20 de junio de 2010

Mamba

El aparente declive de Mamba, una de las sharpeis de Can Catarí, es una buena “prueba del algodón” de cómo vivo el proceso de la muerte.

También aquí puedo trabajar sobre la última conceptualización de la naturaleza, porque ¿qué sería la naturaleza sin la vida? ¿Y qué sería la vida sin la muerte? No se pueden entender por separado.

Cualquier cosa que se marcha de este mundo del samsara le está haciendo sitio a la que viene detrás, ya mismo, para sucederle. Nos perdemos el ritmo de ese baile universal si nos enfrascamos en un caso particular.

Cuando me despedí de Mamba ayer, antes de tomar el tren a Madrid, nos miramos un momento a los ojos –bueno, al ojo, porque sólo abrió el derecho mientras yo le acariciaba la barbilla. Siempre es interesante entrar en la mirada de los animales, porque nos llega de un lugar desconocido donde no hay identidad.

Es cierto que Mamba tenía la mirada vidriosa, y si quisiera darme aires incluso podría decir que detecté en ella la veladura de la muerte; pero lo que no capté ni por asomo fue miedo, ansiedad, angustia ni reproche alguno.

Mamba llegó a Can Catarí hace cuatro meses largos, con un diagnóstico de insuficiencia renal y el veredicto de cierto veterinario de que había que sacrificarla. En este tiempo ha vivido una vida más natural y sana que antes: ha jugado y corrido al aire libre con otros perros, ha ladrado y se ha divertido provocando a las otras sharpeis, ha gruñido a todo perro que se acercara a “su” balde de agua, incluso ha pegado y recibido mordiscos en un par de trifulcas caninas y ha recibido todo tipo de cuidados y cariño natural de los humanos que se ocupaban de ella –sin los mimos culinarios a los que la habían acostumbrado sus anteriores dueños. En ningún momento se ha quejado ni ha dado muestras evidentes de que sería más humanitario sacrificarla. Yo diría que ha estado feliz, con el bienestar natural que no tiene contraparte.

Todo este tiempo ha sido un “sí” a la vida. Incluso diría que en su mirada ayer había un “sí” a la vida. Mejor dicho, su mirada mantenía una llama de vida, que en sí misma dice siempre “Sí”.

Esa es la fuerza de la naturaleza para mí, ese “Sí” sempiterno, incondicional, venga lo que venga… hasta la muerte: un “Sí” sin “No”; un “Sí” que simplemente se apaga cuando llega el momento… al tiempo que se enciende en otro lugar, en mil otros lugares, en millones y millones de formas diferentes del ciclo de las existencias.

Sí… adelante, adelante… Sí.

Siempre Sí.

miércoles, 9 de junio de 2010

Arder


Especulando sobre la fuerza de la vida que me encuentro por todas partes en la naturaleza, se me antoja que es como una llama encendida en un espacio oscuro.

La llama no se ve afectada en la intensidad de su luz o de su calor ya esté encerrada en un armario minúsculo o bien luzca a cielo abierto, en la inmensa oscuridad de una noche sin estrellas.

La llama no se ve afectada por la certeza de que antes o después la vela que la alimenta se agotará y ella misma acabará por extinguirse.

La llama no se ve afectada por su indefensión ante cualquier acto externo que pueda amenzarla o directamente apagarla.

La llama sigue hacendo lo único que sabe hacer, y lo único que importa: arder.

Eso me recuerda un antiguo haiku japonés:

Insectos en una rama
Que flota río abajo
Cantando

Hay algo en esa ecuanimidad ante el precario equilibrio entre vida y muerte que me resulta muy conmovedor…

jueves, 3 de junio de 2010

Earthlings (Terrícolas)

Escribo estas líneas a punto de coger el tren para acudir al retiro Chan-Dao de Can Catarí, revuelto e impresionado aún por el documental Earthlings, que Shan-die Dang incluyó en su blog y que yo he acabado de ver esta mañana.

Lo había empezado a ver ayer, pero lo tuve que dejar a medias por lo duras y difíciles de aguantar que me resultaban sus imágenes. Hoy, sin afán de masoquismo, me he puesto a ello otra vez con la idea de que, si soy un estudiante del Dharma que además participa como consumidor final en algunas de estas salvajadas, no puedo permitirme mirar hacia otro lado cuando me presentan la verdad.

El documental en sí es una colección de secuencias grabadas en su mayoría con cámara oculta que dan fe del trato cruel e inhumano que los seres humanos dispensamos a los animales en la industria de la alimentación, la peletería, el entretenimiento y la investigación científica. Confieso que en varias ocasiones he tenido que apartar la mirada de la pantalla. La crueldad del hombre puede llegar a extremos de una obscenidad indescriptible.

Pero, aparte de escandalizarme, también he estado observando mis reacciones mientras veía el documental. Aunque sin duda tenía ese sentido de violación de la fuerza de la vida del que Shan-jiàn nos habla a menudo, en mi caso era aún más fuerte la sensación de estar manchado por los actos de mis semejantes contra los animales, así como una profunda vergüenza de formar parte de todo ello. Me imagino que serán las diferencias propias de cada temperamento.

Es curioso que simplemente mirando a un rectángulo iluminado, como es la pantalla del ordenador, se susciten reacciones tan violentas. También lo es que, sin haber cometido ninguna de las barbaridades que se ven, me sienta como si yo mismo estuviese infectado por ellas, como si esa identificación fuese el reverso negativo de la idea budista de que no hay individuos.

En todo caso, este documental se ha convertido en otra motivación más, y muy poderosa, para renovar mi compromiso con el camino de la liberación de la mente humana enferma.

Los que tengáis estómago, podéis encontrar la película en Google, ya sea en inglés con subtítulos o doblada:


http://video.google.com/videoplay?docid=7576567901991519153#