lunes, 26 de septiembre de 2011

Adiós, Dunkel


Había recibido la noticia a través de una entrada en el blog de Shanjiàn, pero por algún motivo no quise hablar del asunto hasta despedirme en persona de ella.

Así que, cuando llegué aquí el viernes, bajé un momento al lugar donde está enterrada, al lado del almendro, junto a Lluna, y me senté a meditar un rato. Ahora, después de un retiro que ha ocupado el fin de semana, me pongo a recordarla.

Dunkel siempre fue distinta: la más curiosa al principio, luego se volvió reservada al manifestarse los signos de la leishmaniosis, que probablemente había contraído ya en el delta del Ebro. Pero no había ni rastro de resignación; la suya era una aceptación serena de su estado, llena de dignidad.

Mi última interacción con ella ocurrió de noche. Ella solía dormir en el piso de arriba, tumbada en el sofá del descansillo, al otro lado de la cortina de mi habitación. En duermevela, me pareció oír sus pasos repiqueteando sobre las baldosas –con esas uñas largas y curvas que tenía– camino del cuarto contiguo. Pensé que la puerta de la terraza estaría abierta y que podría salir sin problemas.

Pero no. Me di cuenta cuando noté su morro húmedo y frío en mi brazo –un leve toque, nada más. Luego, se fue a la puerta de la terraza de mi habitación y la rascó una vez, quedándose plantada ahí, esperando. No hacía falta más: el mensaje era nítido.

Por supuesto que me levanté para abrirle y dejar que saliera a hacer sus necesidades. Pero lo que más me impresionó fue la economía de gestos y la elegancia con que se condujo, estando como estaba en una fase muy avanzada ya de su enfermedad.

Dunkel actuó como una auténtica maestra budista, en línea con la anécdota del antiguo maestro Chan que se disponía a dar enseñanzas a sus discípulos cuando de repente una golondrina entró volando en la sala y acto seguido salió por donde había venido. El maestro exclamó: “¡Qué maravillosa lección sobre el Dharma! ¿Qué más se podría añadir?”, dicho lo cual bajó del estrado y se marchó, dando la enseñanza por concluida.

Dunkel también ha dado su enseñanza por concluida; para ella no fue un problema. Entonces, ¿cuál es el problema?

martes, 13 de septiembre de 2011

Se siente como CR9

¿Hay alguna duda de quién sale ganando en este siniestro espectáculo público?

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/siento/Cristiano/Ronaldo/elpepusoc/20110913elpepusoc_2/Tes

Él (su identidad) se siente como Cristiano Ronaldo.

Él se siente como Dios.

Probablemente incluso sea capaz de ir a la iglesia y conmoverse ante el crucifijo que muestra a Jesucristo lanceado en el costado por un intrépido y noble soldado romano.

Y el toro... ¿qué siente?

Yo solo siento ganas de vomitar.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Los otros superhéroes


Cada vez que paseo por mi antiguo barrio me los vuelvo a encontrar, plantados ahí como si nada: olmos y plátanos que brotan con gran empuje desde la tierra y a menudo levantan con sus raíces los adoquines de la acera.

Cuanto más pasa el tiempo, más crecen y más destrozan. Son como un terremoto que ocurre a pequeña escala y en cámara lenta. Hacen que pasear sea un poco más incómodo, pero admito que me da bastante alegría verlos tan sanos e insumisos. Dan esperanza en que la naturaleza triunfa al fin de cuentas.

Los estropicios que crean en las calles me recuerdan a las transformaciones de los superhéroes de cómic –sobre todo a Hulk, aquí más conocido como “la Masa”, vestido con ropas normales que reventaba y dejaba hechas jirones en cuanto se transformaba en un titán de fuerza bruta descomunal.

De hecho, me pregunto si el impulso primigenio que despliegan estos árboles no fue lo que sirvió de inspiración en su día a los dibujantes, porque comunican en silencio el mismo sentido de potencia interior que primero cuartea y luego hace saltar en pedazos la camisa de fuerza que la constriñe.

Ellos no tienen a nadie que cante sus hazañas, aunque también se enfrentan a diario a los atropellos de una sociedad injusta. Pero no importa: ellos viven en unidad con toda la vida y no piden nada más. De ahí nace su enorme fortaleza.

La próxima vez que vayas por la acera y te tropieces en uno de los baches que provocan las raíces de los árboles, párate y pregunta quién tiene la “culpa”: ¿el árbol que solo sigue su propia naturaleza allí donde lo han plantado o el ayuntamiento, que se empeña en laminar su crecimiento natural con un mísero alcorque y un montón de adoquines, bordillos, alquitrán y cemento?