viernes, 28 de mayo de 2010

La red de Indra

En el Dharma, llega con suerte un momento en las prácticas en el que te queda claro por fin que no te estás ocupando de tu conciencia individual, con todos los contenidos específicos de tu biografía. Entonces la práctica cobra una dimensión mucho más profunda, porque de verdad sientes que al dedicarte a ella estás llevando de la mano sutilmente a todos los demás por el mismo camino. Ya no caminas solo por el ancho mundo.

Esta idea de que no hay seres individuales, porque la separación entre unos y otros es una ilusión, es un aroma constante en las enseñanzas del Mahayana. Sin embargo, no es fácil procesarla e integrarla en la meditación, porque para ello hace falta abstraerse de lo que experimentamos, de la evidencia de que las cosas son tal cual las percibimos, para abrirse a otra dimensión que se mantiene oculta detrás de las apariencias –y no sólo oculta en el espacio sino también en el tiempo.

De hecho, en las contemplaciones del Celo y, sobre todo, de Shén, estamos abriéndonos al contacto con experiencias atávicas que no son “nuestras” en sentido estricto, pero tampoco son ajenas del todo, ya que podemos evocarlas desde dentro de nuestra mente. Es cierto que ese contacto con las experiencias latentes en la mente puede resultar esquivo e impredecible, pero al final la propia ambigüedad entre lo que es “mío” y lo que es “de la especie”, por así decirlo, socava aún más cualquier noción de que “yo” sea una persona individual, con una esencia sustancial y duradera. Para mí, la imagen que mejor lo explica es la red de Indra:

Muy lejos, en la morada celeste del gran dios Indra, hay una red maravillosa que ha sido colgada por algún ingenioso artífice de tal modo que se extiende indefinidamente en todas las direcciones. De acuerdo con los suntuosos gustos de las deidades, el artífice ha colgado una joya brillante en cada “ojo” de la red, y como la red es infinita en todas las direcciones, las joyas son infinitas en número. Allí cuelgan las joyas, brillando como estrellas de primera magnitud, en una vista maravillosa de contemplar. Si ahora elegimos al azar una de estas joyas para inspeccionarla y la miramos de cerca, descubriremos que en su pulida superficie se reflejan todas las otras joyas de la red, infinitas en número. No sólo eso, sino que cada una de las joyas reflejadas en esta joya refleja a su vez todas las demás joyas, de suerte que se produce un proceso de reflexión infinito.

Si sustituimos las joyas por experiencias humanas que resuenan y se comunican unas con otras (como ocurre en la práctica), diría que así es como me siento tras las contemplaciones: suspendido en un espacio-tiempo infinito, implicado en una malla impersonal de ilusiones que surgen, se alimentan mutuamente y se multiplican sin cuento, insustancial en el fondo pero infinitamente acompañado… de camino a experimentar la propia “flotación” de esa red sin identificarme con ninguna de sus partes.

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