lunes, 10 de mayo de 2010

A beber, que son dos días

Hace un instante, mientras subía la escalera al segundo piso de Can Catarí Nou, me he dado cuenta de que estaba sonriendo de oreja a oreja. ¿Por qué? En primera instancia, porque oía a dos de nuestros perros, Apolo y Lluna, bebiendo agua al alimón con alegre chapoteo. Así de sencillo, y así de tonto. Pero hay algo más.

Los dos acababan de entrar en casa de nuevo después de una inesperada correría de medianoche. En medio de la paz nocturna, cuando se supone que todos duermen ya, se habían puesto a ladrar agitadamente ante la puerta. Bajé, pensando que probablemente estaban ladrando por la presencia de jabalíes en el pequeño bosque que bordea la masía.

Era natural que quisieran defender su territorio, ¿no?, así que les abrí la puerta y ambos salieron disparados hacia fuera.

Yo les seguí con más calma. Hacía una noche maravillosa, con una tenue neblina húmeda pegada al suelo por la lluvia caída esta tarde bajo un cielo despejado en el que se divisaban con nitidez las estrellas. Olía a tierra mojada y a champiñones o algo similar, desenterrado quizá por los jabalíes.

Apolo desapareció cojeando entre la bruma irisada por un farol, olvidándose de su apatía de hoy y del dolor de su pata trasera; mientras tanto, en la oscuridad se oían los cascabeles de Lluna en medio de la espesura, asegurándose de que ningún jabalí invasor quedara impune. Por el silencio estaba claro que ni siquiera llegó a haber una escaramuza, pero ambos estaban totalmente volcados en su misión de intercepción, cada uno a su manera, así que los dejé estar.

Confiando en nuestros perros, me volví adentro, permitiendo que ellos dos también ejercieran sus funciones de guardianes y guerreros del Dharma. Me cepillé los dientes y al salir del baño ahí estaban en el cuarto de estar, lamiendo con estrépito unísono el agua de los baldes, casi diría que con la satisfacción del deber cumplido. Pasé de largo, apagué la luz, subí las escaleras, y ahí seguían, dale que te pego con el agua.

Eso, la alegría de ver la naturalidad de sus acciones, fue lo que me provocó la sonrisa: ladrar a deshoras, salir corriendo con entusiasmo a perseguir sombras olvidándose de que uno está cojo, volver a casa cuando quieren ellos y no yo, beber ya esté la luz encendida o apagada... qué libertad.

Amigos Shanes, no os preocupéis por nosotros: con Apolo y Lluna, estamos en buenas zarpas. Son maestros involuntarios a todas horas y nos protegen celosamente del jabalí de la ignorancia de nuestra propia fuerza natural, siempre que estemos dispuestos a abrirles la puerta de nuestra mente-corazón.

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