sábado, 11 de diciembre de 2010

Un refugio para Aire

Esta semana he recuperado algo que no sentía desde niño. Ha sido algo mágico, como recibir una visita de un amigo querido de la infancia cuya pista había perdido hace tiempo y comprobar que nuestra sintonía sigue intacta, como si no hubiese pasado el tiempo. Shanjiàn me ha sugerido que lo escriba en el blog y aquí está.

La “chispa” que lo provocó fue la caseta que construimos para Aire en la terraza que da al castell de Marmellar. Shanjiàn y yo habíamos hecho una especie de iglú para ella con bovedillas prefabricadas de hormigón: buena protección contra el viento y, con suerte, también contra la lluvia, pero casi nula contra el frío, que ahora ya empieza a notarse, sobre todo por la noche.

Sin deliberación por mi parte, el caso es que desde hace semanas me había estado rondando la cabeza la idea de acondicionar esta caseta para el invierno. Finalmente el viernes pasado, tras llevar a Shanjiàn y Sellva a Vilafranca, pasé por la ferretería y compré los materiales (planchas de poliespán aislante, tachas para sujetarlas a la pared, espuma fijadora y mortero) y el sábado me puse manos a la obra.

Como es habitual, una chapuza que parecía cuestión de un rato se acabó convirtiendo en un trabajo de varias horas, repartidas entre varios días; hoy le he dado la que creo que es la última capa de mortero. Pero no había disfrutado tanto en muchísimo tiempo, así que doy el esfuerzo por bien empleado incluso si Aire se niega a entrar nunca más en su nuevo búnker o si por cualquier otro motivo no llega a tener el uso que quise darle –y confieso que en algún momento incluso me puse en la piel de Milarepa, obligado por su maestro Marpa a erigir y derribar una y otra vez la misma estupa como antídoto frustrante para machacar su fuerte identidad. Por suerte, eso no ha ocurrido en mi caso (o al menos aún no); pero, pase lo que pase de ahora en adelante, puedo decir que la tarea ha sido su propia recompensa.

Mirando hacia atrás, me pregunto qué fue lo que suscitó ese sentimiento. Creo que había parte de exploración creativa, parte de afrontar y superar los pequeños problemas que se iban presentando en el proyecto, y parte de estar haciendo algo para otros y no para mí. En ese sentido, Aire en realidad no es sólo una pinscher alemana; es todos los perros y todos los seres vivos.

Se me ocurre ahora que la mejor descripción de la experiencia es que era de una gratuidad total –un individuo vestido estrafalariamente, ensimismado e integrado en su tarea en la terraza de una masía perdida en el monte en medio de ninguna parte, absolutamente feliz con esa aparente nimiedad y ajeno a todo lo demás mientras el mundo seguía dando vueltas al ritmo de su propia locura. Absurdo, sí, puede ser… pero también insuperable a su manera.

Creo que no me he sentido así desde que era un crío… Me recuerda a mis primeros paseos en bici, cuando sentía una libertad total y sólo deseaba que la tarde no acabara nunca para poder seguir montando y montando con mis amigos… sin rumbo ni propósito, sólo por el puro placer de montar… Ah, ¡qué hermosa era la vida entonces!… Ahora veo cuánto me he alejado de ella sin darme cuenta… De niño, sin ser nadie ni poseer nada, era el rey del mundo… hasta que lo cambié por un sucio plato de lentejas y me convertí en “alguien”, como esperaban de mí familia y sociedad.

Quién sabe si al reformar esta caseta como refugio para Aire no he encontrado de paso y sin ni siquiera sospecharlo una vía para reconectar con mi propia naturaleza y ponerla al abrigo de las inclemencias de las identidades, donde la he tenido malviviendo todos estos años; ésa es desde luego mi esperanza. Sería además una hermosa confirmación de que, como dijo Buda, “todo lo que les hacemos a los demás nos lo hacemos a nosotros mismos”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario