jueves, 23 de diciembre de 2010

Un destello familiar

Caminaba por la calle, hablando por el móvil, cuando de repente me adelantaron dos mujeres que paseaban a una perra con una correa.

La perra, una especie de pastor alemán de color pardo, pasó junto a mí. En ese momento pisé, levanté el pie y algo se movió debajo de mi bota. La perra giró levemente la cabeza para fijarse en lo que había ahí –un cartón de color que parecía una seta aplastada– y luego siguió su camino sin detenerse ni mirar hacia atrás.

Solo en ese gesto de mirar y desechar noté una cercanía con esa perra que me hizo sonreír, como si me hubiera mostrado sin querer lo que explican las enseñanzas –en este caso, la clara comprensión en acción, como un fogonazo que se va tan rápido como viene. Limpio. Sin residuos. Abierto a lo siguiente que provoque su reacción.

Para mí es indudable que en nuestras ciudades, y a pesar de las locuras de sus amos, estos animales aportan con su conducta el ejemplo más cercano al Dharma en acción.

Algunos conocidos míos se sorprenden o incluso se molestan conmigo cuando insisto, a veces con ánimo de sacarlos de su complacencia aunque sea escandalizando, en que son seres superiores.

Aquí, en la jungla de asfalto, son maestros involuntarios del Dharma. Y sin decir una sola palabra de más.

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