martes, 7 de diciembre de 2010

La hermandad del molusco

La velada pianística de hace una semana sigue dándome material para reflexionar. Hoy acabo de recordar algo que me chocó entonces y que había olvidado.

Este mediodía, mientras llevaba una carretilla llena de arena al templo Chan, donde Shanjiàn y yo estamos levantando unos pilares para apoyar las vigas que han de reforzar el techo, pasé por delante de donde está enterrada Mamba. Es un pedazo de tierra entre rosales, que hemos cubierto con piedras grandes para que ningún animal escarbe ahí. Alguien, no sé quién, ha colocado sobre las piedras unas conchas marinas. Podrían parecer incongruentes en ese entorno, pero para mí funcionan porque suponen un homenaje silencioso a la fuerza de la vida, cuya inteligencia es evidente en sus formas orgánicas, algo irregulares pero siempre armoniosas.

También en la velada del otro día me fijé en una colección de conchas marinas que la anfitriona tenía desplegadas en la parte inferior de una doble mesa de cristal. Entonces, mientras escuchaba la música que hacían por turnos mis colegas pianistas, me recordaron la forma de la oreja humana, que también es curva y con volutas, como una caracola. “Gracias a esas formas oímos mejor los sonidos y los silencios del mundo”, pensé; “en cambio, estas caracolas ya no sienten la música ni el mar, porque no son más que los restos huecos de vidas pasadas”.

Sin embargo, a pesar de la inmensa distancia entre nuestras vidas aparentes –unas, transcurridas hace quién sabe cuánto tiempo en el fondo del mar; la mía, aquí y ahora en la superficie de la tierra– era evidente que ambas están conectadas por una misma fuerza, que crea, experimenta y emplea sus hallazgos en las combinaciones más gloriosamente inverosímiles, sin encomendarse a dios ni al diablo. Gracias a que la fuerza de la vida había generado esas formas hace millones de años, nosotros, hijos de la misma fuerza, podíamos llenarnos los oídos ahora con una música que, en el fondo, no habla de otra cosa más que de la asombrosa unidad de toda la vida en este planeta.

Por momentos me sentí transportado a lomos de una fuerza impresionante, primaria y arcaica pero en último término benevolente.

¿Cómo podría ser vivir a cada instante con esa fuerza creativa que generó las formas geométricas de los moluscos, que inspiró la música que tocamos y que es capaz de darse cuenta de la unidad de toda la vida?

¿Puede haber algo más grande en este gran teatro del mundo?






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