miércoles, 1 de septiembre de 2010

Meditación musgosa


Después de la meditación, me viene una impresión que luego toma cuerpo como certeza: nosotros, los humanos, no venimos de ninguna parte; hemos crecido a partir de lo que ya había aquí, como un musgo sobre la corteza de un árbol.

Tampoco, claro, vamos luego a ninguna parte, sino que volvemos a fundirnos en lo que hay a la vista aquí, regresando a la misma unidad de donde surgimos para empezar. Todo queda en casa.

Somos de aquí. Más que eso, somos lo mismo que hay aquí, con un aspecto diferente. Cuando sientes la unidad de todo, te das cuenta de que no estamos “nosotros los humanos” por un lado y luego lo demás: hay una vida total aparente, y nosotros somos eso. Lo que pasa es que somos eso con algo más, que también ha crecido desde dentro. Somos vida con capacidad para darse cuenta de sí misma y para actuar sobre sí misma (y en ese “sí misma” están incluidas todas las formas de vida, no sólo las humanas). En ese sentido, somos como los ojos y las manos de la vida en este planeta.

Asombroso, ¿no?

Si es así, merecería la pena prestar atención y actuar con cuidado y respeto mientras pisemos esta tierra, respiremos su aire y comamos sus frutos, ¿verdad? Sin embargo, ¡qué lejos estamos de ello!

Es fácil entender a los maestros rugientes que denuncian las tropelías del egoísmo humano. No se trata sólo del desperdicio de nuestro propio potencial; es la destrucción de algo precioso y quizá irrecuperable que deberíamos salvaguardar, porque somos los únicos dotados para hacerlo. En cambio, en vez de usar nuestras facultades para favorecer la continuidad de la vida, las desplegamos contra la naturaleza para explotarla hasta agotarla.

Éramos como los gallos del corral, con dominio natural sobre todo… hasta que llegado cierto momento decidimos mutarnos en zorros. Bien, el corral sigue siendo el mismo, el único que conocemos, pero cada vez somos más los zorros y menos las gallinas.

¿Cómo acabará esto?

1 comentario:

  1. Al final todo se resume en lo que dices... y nosotros tan ciegos ante ello.
    Tendrá que acabar bien, porque sino vaya desperdicio.

    ResponderEliminar