miércoles, 14 de julio de 2010

Renacimiento (sin identidad)


Esta mañana, al mirar por la ventana del baño, he tenido una pequeña sorpresa: una de las ramas del olivo, que se había desgajado durante la gran nevada de este invierno pasado y que algunos Shanes solícitos habían vuelto a colocar en su sitio asegurándola con cable eléctrico y embadurnando la “herida” con barro para evitar infecciones, ha vuelto a brotar.

Ahora no es más que una especie de miembro amputado atado a la parte sana del árbol: muy poca cosa en comparación con la magnífica rama frondosa que cedió bajo el peso de la nieve. Aun así, de su cuerpo salen varios brotes que apuntan a lo alto, como flechas festivas adornadas por unas hojas pequeñas y de un verde más vivo que las demás, encantadas de ser las últimas en llegar.

Algo se me ha movido dentro cuando lo he visto. Si este árbol lo está consiguiendo, también hay esperanza para nosotros, que estamos en un trance similar. Nosotros también hemos quedado mutilados bajo el peso de la identidad.

Igual el camino pasa por recuperar nuestra propia “mente de olivo”, que, a pesar del ruido innecesario que arrastramos en la cabeza, es capaz de atender a lo que importa con calma, paciencia, perseverancia, introspección y determinación.

Este olivo, que aguanta con la misma paciencia las nevadas y el sol inclemente de julio, se ha convertido para mí un símbolo del no resistirse y no rendirse, y de la mente budista que sabe cómo hacer lo que hay que hacer sin fanfarrias ni alharacas.

¡Larga vida a este olivo y a todos los seres vivos que embellecen la tierra con sus vidas y sus muertes y nos dan lecciones constantes sobre cómo volver a ser, por fin, seres humanos de verdad!

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