miércoles, 23 de junio de 2010

Agarrarse a la vida


Salgo al jardín y miro la hiedra, que se abraza al muro hasta formar una tupida alfombra verde y vertical entre cuyas hojas asoman aquí y allá unos troncos nudosos. Es la tenacidad de la vida.

Recuerdo cuando plantamos los primeros esquejes en la tierra, hace años ya… ¿Cómo sabe la hiedra que tiene que crecer hacia arriba? ¿Cómo son capaces estas trepadoras de detectar a ciegas que hay algo que les puede servir de apoyo para estirarse hacia lo alto?

Miro las hojas de la hiedra, las del magnolio, las del arce sicomoro al trasluz y siento cómo los rayos del sol atraviesan sus membranas y activan el metabolismo de cada planta. Hay una asombrosa sofisticación en la frugalidad que emplean para seguir vivas.

¿Cómo es posible que exista algo tan maravilloso?

¿Cómo es posible que esté delante de nuestros ojos y narices, rodeándonos por todas partes (si tenemos la suerte de no vivir en medio de la jungla de asfalto), y no nos demos cuenta?

Más aún, ¿cómo es posible que nosotros mismos seamos eso y sin embargo vivamos de espaldas a ello, embebidos en el páramo de nuestras mentes robotizadas, como si no existiera este prodigio continuo?

Es un gran misterio…

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