miércoles, 23 de febrero de 2011

Lección con plumas

Iba en coche por las carreteras del Montmell, sorprendido por el contraste entre una vida cercana que se nos iba apagando y los almendros que empezaban a ponerse en flor por todas partes, radiantes al sol de la mañana, ajenos a todo lo demás.

De repente (como ocurre con las prácticas de la clara comprensión), desde la cuneta derecha algo salió disparado hacia el coche y chocó contra el retrovisor. Sonó un impacto y solo me dio tiempo de ver por el espejo cómo un pájaro oscuro daba una voltereta exánime en el aire y caía desplomado sobre la calzada, ya a mi espalda.

Iba con prisa para coger el tren, así que no me detuve para ver si seguía vivo. Pensando en lo fácilmente que se desnucan los pájaros contra los cristales de las ventanas, que están fijos, sus probabilidades de sobrevivir al choque contra un objeto en movimiento serían muy bajas.

Qué paradoja… Reflexionando sobre la vida y la muerte, voy y mato sin querer a un ser vivo. Por mucho que fuese involuntario, está claro que si no hubiese pasado por ahí con ese invento útil pero infernal que es el automóvil, ese pájaro aún podría seguir con vida según los ritmos naturales.

Ese pájaro desconocido me acompaña desde entonces… no para flagelar mi conciencia, sino para tener bien presente la huella que dejan mis acciones en este mundo y preguntarme por mi motivación en todo lo que hago.

¿Cuánto de lo que hago merece la vida de otro ser sintiente?

Ahora que ya estoy en el destino al que me dirigía en ese viaje, es un buen recordatorio para dedicar el tiempo a cosas sanas y útiles y no desperdiciar la lección de lo interconectadas que están nuestras vidas y muertes con las de todos los demás seres que pueblan este planeta tan ancho, ajeno y misterioso.

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