martes, 12 de abril de 2011

Mushotoku

He terminado de trabajar con cemento hace un rato cuando me he dado cuenta de una cosa: ahí, subido en una escalera, ocupado en algo que no es para mí y que igual no va a ser apreciado o ni siquiera usado por sus destinatarios finales (que son unos perros muy majos pero despreocupados), es cuando más cerca he estado últimamente de la propia naturaleza.

No es así solo porque estuviera al aire libre, soleándome bajo el cielo azul, rodeado del zumbido de las abejas y los cantos de los ruiseñores… Es porque en esa condición estaba más en sintonía que nunca con esos insectos y aves, con esos árboles y flores… simplemente, porque durante un rato he estado sin identidad –o casi.

Es curioso, pero parece que solo consigo desprenderme de esa identidad cuando hago las cosas con ese espíritu que en japonés se llama mushotoku –sin ánimo de lucro (esta expresión es una de las pocas cosas que me han quedado de mi paso por el Zen). 

Por ahora prácticamente todo lo que hago –desde ir al baño hasta dormir– sigue impregnado de esa peste; no creo que haya una sola acción o pensamiento diario donde me libere del todo de esa carga. Solo en el trabajo desinteresado en beneficio de otros encuentro ese espacio vacío y generoso donde puede respirar la no-identidad. Es un truco, sí, pero funciona por ahora y apunta en una dirección interesante.

Los animales, en cambio, son superiores, porque ellos sí son capaces de recolectar polen, por ejemplo, y hacerlo sin egoísmo de la identidad… o de cantar para aparearse solo con la propia naturaleza, sin interferencias de un “yo, mí, me, conmigo” que planea y calcula los beneficios que va a obtener.

A veces parece que la distancia que me separa de ellos es infinita... y a veces, parece que casi los puedo tocar con la punta de los dedos... siempre que no sean “mis dedos”.

Si todo esto parece complicado, las reclamaciones, por favor, a Adán y Eva. ¡En vaya lío nos metieron...! 

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