Hay cierto choque cuando ves la muerte de cerca, incluso en formas tan aparentemente insignificantes para nosotros como estas; es como darte de bruces con una pared. Los pequeños cuerpos siguen intactos, con sus alas y patitas plegadas quizá, pero lo más importante falta. Y no parece que haya vuelta de hoja.
Algo me dice, en un nivel no verbal, que eso que falta en estos pequeños cadáveres no era diferente de lo que vive y se desarrolla en mí y a la vez me anima a mirar más profundo, porque ahí no se acaba la historia.
Con cuidado barro sus restos y los echo por la terraza hacia los olivos para que sirvan de alimento a otras vidas, a otras plantas y animales que siguen en la rueda de la existencia.
Así pues, sin quererlo pero sin hacer nada para evitarlo tampoco, estos insectos han pasado a ser uno con el mundo polvoriento, como dice el Daodejing. Irónicamente, su último vuelo lo hacen ya sin vida pero llevando a otros seres la posibilidad de seguir viviendo.
Polvo al polvo, sí, pero también vida a la vida. Así el círculo está completo.
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