sábado, 3 de septiembre de 2011

Los otros superhéroes


Cada vez que paseo por mi antiguo barrio me los vuelvo a encontrar, plantados ahí como si nada: olmos y plátanos que brotan con gran empuje desde la tierra y a menudo levantan con sus raíces los adoquines de la acera.

Cuanto más pasa el tiempo, más crecen y más destrozan. Son como un terremoto que ocurre a pequeña escala y en cámara lenta. Hacen que pasear sea un poco más incómodo, pero admito que me da bastante alegría verlos tan sanos e insumisos. Dan esperanza en que la naturaleza triunfa al fin de cuentas.

Los estropicios que crean en las calles me recuerdan a las transformaciones de los superhéroes de cómic –sobre todo a Hulk, aquí más conocido como “la Masa”, vestido con ropas normales que reventaba y dejaba hechas jirones en cuanto se transformaba en un titán de fuerza bruta descomunal.

De hecho, me pregunto si el impulso primigenio que despliegan estos árboles no fue lo que sirvió de inspiración en su día a los dibujantes, porque comunican en silencio el mismo sentido de potencia interior que primero cuartea y luego hace saltar en pedazos la camisa de fuerza que la constriñe.

Ellos no tienen a nadie que cante sus hazañas, aunque también se enfrentan a diario a los atropellos de una sociedad injusta. Pero no importa: ellos viven en unidad con toda la vida y no piden nada más. De ahí nace su enorme fortaleza.

La próxima vez que vayas por la acera y te tropieces en uno de los baches que provocan las raíces de los árboles, párate y pregunta quién tiene la “culpa”: ¿el árbol que solo sigue su propia naturaleza allí donde lo han plantado o el ayuntamiento, que se empeña en laminar su crecimiento natural con un mísero alcorque y un montón de adoquines, bordillos, alquitrán y cemento?

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