jueves, 11 de noviembre de 2010

Esplendor en el declive

Es una condición peculiar la nuestra de humanos sufridores… y pocas cosas la ponen tan de manifiesto como estar en la naturaleza.

Paseo y miro el grandioso almez que a veces empleo en mis contemplaciones. Algunas hojas, amarillas y exánimes, tiemblan aún en las ramas mientras que otras muchas ya se han desprendido para ir a caer al pie del mismo árbol que les prestó vida.

Si los vientos del otoño no las dispersan demasiado, esas hojas acabarán descomponiéndose ahí mismo, en forma de humus y de nutrientes minerales que luego se volverán a absorber por las raíces del mismo almez… para contribuir, entre otras cosas, a crear las hojas de la siguiente primavera.

Es un ciclo sencillo y perfecto. No hay sufrimiento en la caída de las hojas, igual que no hay felicidad cuando vuelven a brotar, porque se impone la evidente conexión de ambos fenómenos como curvas de un mismo círculo, repetido sin cesar más allá de los avatares de sus aparentes protagonistas individuales. Siento una gran alegría y asombro al pensar en ello.

Nosotros los humanos, en cambio, nos enfrascamos en los detalles personales. Nos creemos importantes y nos apegamos a algo que no es más que una ilusión, un espejismo de la mente. Estamos tan cautivados por nuestras propias peripecias que perdemos de vista la totalidad; de hecho, no nos damos cuenta de que la vida real se nos escapa mientras nos ocupamos y preocupamos con nuestras fantasmagorías privadas.

Que la vida humana es efímera es algo sabido desde la noche de los tiempos. Según Homero,

Cual la generación de las hojas, tal es también la de los hombres: las hojas, unas las echa el viento a tierra, mas otras hace renacer el bosque reverdeciente al llegar la estación de la primavera. Así la generación de los hombres, una nace, mas otra termina.

El almez y sus hojas están haciendo ahora lo que les toca, y de forma impecable. ¿Y nosotros?


No hay comentarios:

Publicar un comentario