sábado, 21 de agosto de 2010

Una lección de vida

Estábamos todos congregados en torno a Lluna, que se nos acababa de morir delante de las narices sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo. Personalmente, estaba entre consternado y cabreado; parecía un desperdicio tan evitable…

Entonces a alguien se le ocurrió traer a Apolo, el doberman que llegó con ella a Can Catarí hace año y medio. Ambos tenían un vínculo especial a pesar de sus diferentes caracteres y parece que antes de “aterrizar” con nosotros incluso habían tenido una camada juntos. Parecía buena idea darle la oportunidad de despedirse de su compañera de correrías.

Pero Apolo nos dio una gran lección. Se acercó al círculo que formábamos mirándonos por turnos a unos y otros, atento a lo que pudiéramos ofrecerle o pedirle. No hizo ni caso del cuerpo inerte de Lluna. No es que no lo mirara ni lo oliera; es que lo ignoró por completo, como si ahí no hubiese nada.

¿Qué sugiere eso? Que este perro, al que muchos considerarían un animal inferior, reaccionó ante la muerte con una naturalidad sorprendente de la que nosotros carecíamos. Apolo no reaccionó a las formas, a pesar de que el cuerpo de Lluna estaba ahí delante y aún no se había enfriado del todo; Apolo sólo reaccionaba a la fuerza de la vida, presente en los humanos que estábamos en corro.

Nosotros seguíamos viendo la cáscara; él veía más allá, y actuaba en consecuencia.

Dice el refrán que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Yo aquí le daría la vuelta: no hay mayor aprecio que hacer aprecio de lo que realmente importa. Ahí y en ese momento, bajo el almendro y a la luz del foco de la fachada de Can Catarí, Apolo nos enseñó cómo la fuerza de la vida es tajante en su dedicación exclusiva a la supervivencia.

Parafraseando al Evangelio, el mensaje de la fuerza vital que nos transmitió a cada uno con su lenguaje canino era en el fondo uno bien conocido:

“Dejad que los muertos entierren a sus muertos, y tú, que estás vivo, ¡sígueme!”

Por supuesto que enterramos a Lluna al día siguiente; pero no como muertos, espero, sino siendo conscientes de la línea finísima que separa la aparente vida de la aparente muerte… y de lo inexplicable que resulta estar vivo… y de la suerte que supone oír esa llamada y poder seguirla.

Adónde nos pueda llevar esa llamada no importa; de alguna manera sutil, bajo la inmensidad del cielo estrellado, esa noche comprendimos que era lo único que vale en este mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario