Como cada año tras
las lluvias y los primeros fríos del otoño, las setas vuelven a aparecer en Can
Catarí y sus alrededores.
Igual que en otras
ocasiones, lo hacen acompañadas por otro tipo de fenómenos, que brotan con
fuerza bajo nuestros pies cada vez que cae agua del cielo.
Son los
hormigueros, que surgen como flores de tierra en lugares insospechados: flores
sin vida propia, pero señal de que hay vida bajo la superficie, combatiendo a
su manera contra los rigores del clima.
Mirando estas
flores de tierra no puedo dejar de admirar su simetría irregular y orgánica.
Cada grano de tierra o arena que las forma lo ha transportado una hormiga que
no sabía nada ni pensaba nada ni tenía plan maestro alguno más allá de seguir
su impulso natural, sin deseos, sin expectativas, sin desaliento cuando vienen
nuevas lluvias y se llevan por delante lo que tan laboriosamente ha construido.
A pesar
de ello, es evidente que hay una inteligencia ahí, que no tocamos directamente
sino que solo apreciamos por medio de sus consecuencias.
Paradójicamente,
la engañosa ignorancia de las hormigas que construyen el hormiguero produce un
resultado colectivo que armoniza y justifica cada esfuerzo individual
aparentemente ciego. No he
visto ni un hormiguero que pueda considerar feo, ni mejor o peor que otros. Son lo que son: nidos de hormigas
que cumplen su función natural y nada más.
Luego
pienso en nuestras ciudades humanas, diseñadas entre prestigiosos políticos,
financieros, arquitectos, urbanistas, constructores y promotores –cada uno con su
inteligencia, sus títulos y cualificaciones, sus planes miopes o visionarios,
sus razones y excusas– y el resultado final a menudo es un caos cacofónico y
venenoso.
¿Por
qué el resultado colectivo es superior a la suma de las partes en un caso
y tan inferior en otro?
¿Qué es
lo que tienen las hormigas que nosotros no tenemos?
¿Acaso
lo tuvimos en algún momento y lo perdimos?
¿Es
posible recuperarlo?
Todas
estas preguntas me vienen a la mente tras mirar unos simples hormigueros.
Pensándolo
bien, quizá estas flores de tierra no sean tan estériles después de todo si
son capaces de provocar una reflexión que nos ponga en la senda de recuperar
nuestra propia naturaleza, el camino de vuelta a casa –una casa sin lujos ni
pretensiones, pero suficiente para albergar nuestra humanidad recobrada.